lunes, 9 de junio de 2014

¡TRABAJAR, TRABAJAR Y TRABAJAR!






¡TRABAJAR, TRABAJAR Y TRABAJAR!

Siempre hemos tenido del trabajo una percepción de honra y dignidad: “El trabajo dignifica al ser”, hemos escuchado. Sin embargo, ¿por qué tenemos la sensación de que el trabajo en estos tiempos, más bien se ha convertido en una desgracia que nos aleja  de nuestras familias y de aquello que en verdad nos gusta?
En algún momento en la historia del hombre, el trabajo debió ser realmente algo digno, admiramos aquellas series televisivas que nos mostraban al padre trabajador regresando al atardecer a su hogar, para compartir con los suyos después de un día de labor y esfuerzo físico. Algo de esta dignidad debe permanecer el día de hoy entre nosotros cuando vamos al trabajo para ganar el sustento y llevarlo a nuestras casas; pero el panorama que tenemos en la sociedad es bastante oscuro, en cuanto el padre ya no tiene tiempo para compartir con sus hijos: las ocupaciones lo han distanciado de sus seres queridos: cuando el padre reacciona ya no tiene al hijo que creía tener, tiene en frente a sí a una persona que creía conocer; en el peor de los casos a  un drogadicto, a una hija liberada, a un criminal; en suma, a un ser extraño al que ha ido perdiendo poco a poco en medio de sus labores. El sistema injusto en el que vivimos tiene bajo esclavitud al hombre de hoy tal como apareciera en el imperio egipcio, distanciándolo de la adoración a Dios y del tiempo que debe dedicarle a su familia.
En el libro de Génesis 3;17-18, leemos: “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.  Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.” Es interesante que el trabajo aparece como el resultado de un acto de desobediencia, en el que también  se perdió la comunión inicial con el padre. Aquí podemos entender que el trabajo se posiciona dentro de las sociedades que no honran a Dios, como un sustituto de la presencia de divina. Uno de los textos más reveladores en este sentido lo encontramos en Éxodo 5: 7-9, en donde Faraón endurece las labores para el pueblo Hebreo con tal de que no adoren a su Dios. Desde aquí vemos con claridad como el trabajo que proponen los sistemas ateos, nos aleja de la  adoración y por consiguiente de nuestras familias. ¿No es esta la misma situación del inmigrante latino que debe trabajar en varios turnos para conseguir dinero en Estados Unidos, con el fin de enviarlo a su familia en cualquier país de Suramérica? Sin ir tan lejos, es la misma situación de los enfermos por el trabajo que han sentido que el hombre vale por lo que posee, personas que se enojan cuando llegan los festivos por que no pueden disfrutar del sonido de la máquina registradora de billetes, cuando debieran alegrarse de tener la oportunidad de estar con sus familias.
Las matanzas más terribles y los actos más criminales en los Estados Unidos fueron realizados generalmente, por personas que tuvieron padres ocupadísimos por el trabajo y que les abandonaron a la guía de los juegos violentos o el televisor. Recientemente el reconocido Pastor Benny Him nos sorprendió con una historia en la que nos relataba como su esposa le había pedido el divorcio, tras hallarse en una situación de crisis nerviosa, por el continuo abandono de su esposo, ocupado en las exigencias de un ministerio demandante, en el que ya no tenía tiempo para ella. A menudo observo estudiantes  cristianos con ciertos desequilibrios emocionales, que son efecto de la ausencia de padres  demasiado ocupados en el ministerio o en los trabajos seculares; la enseñanza es clara: hay dos espacios que el hombre no puede compartir con el trabajo, el espacio de la adoración a Dios y el espacio de la familia.

Es cierto que el trabajo dignifica y que es necesario salir a ganar el sustento, pero debemos cuidar que  no se transforme en un acto de esclavitud que nos distancie de lo que nos es sagrado. En este sentido se ha acuñado la palabra TRABAJOLICO (workaholic en inglés) que alude a la persona enferma por el trabajo, algo que debemos cuidar para no perder el enfoque correcto de hijos de Dios.