¡TRABAJAR,
TRABAJAR Y TRABAJAR!
Siempre hemos tenido del
trabajo una percepción de honra y dignidad: “El trabajo dignifica al ser”, hemos
escuchado. Sin embargo, ¿por qué tenemos la sensación de que el trabajo en
estos tiempos, más bien se ha convertido en una desgracia que nos aleja de nuestras familias y de aquello que en
verdad nos gusta?
En algún momento en la
historia del hombre, el trabajo debió ser realmente algo digno, admiramos
aquellas series televisivas que nos mostraban al padre trabajador regresando al
atardecer a su hogar, para compartir con los suyos después de un día de labor y
esfuerzo físico. Algo de esta dignidad debe permanecer el día de hoy entre
nosotros cuando vamos al trabajo para ganar el sustento y llevarlo a nuestras
casas; pero el panorama que tenemos en la sociedad es bastante oscuro, en
cuanto el padre ya no tiene tiempo para compartir con sus hijos: las
ocupaciones lo han distanciado de sus seres queridos: cuando el padre reacciona
ya no tiene al hijo que creía tener, tiene en frente a sí a una persona que
creía conocer; en el peor de los casos a
un drogadicto, a una hija liberada, a un criminal; en suma, a un ser
extraño al que ha ido perdiendo poco a poco en medio de sus labores. El sistema
injusto en el que vivimos tiene bajo esclavitud al hombre de hoy tal como
apareciera en el imperio egipcio, distanciándolo de la adoración a Dios y del
tiempo que debe dedicarle a su familia.
En el libro de Génesis
3;17-18, leemos: “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y
comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la
tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.
Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.” Es interesante que el trabajo aparece como el resultado de un acto
de desobediencia, en el que también se
perdió la comunión inicial con el padre. Aquí podemos entender que el trabajo
se posiciona dentro de las sociedades que no honran a Dios, como un sustituto
de la presencia de divina. Uno de los textos más reveladores en este sentido lo
encontramos en Éxodo 5: 7-9, en donde Faraón endurece las labores para el
pueblo Hebreo con tal de que no adoren a su Dios. Desde aquí vemos con claridad
como el trabajo que proponen los sistemas ateos, nos aleja de la adoración y por consiguiente de nuestras
familias. ¿No es esta la misma situación del inmigrante latino que debe
trabajar en varios turnos para conseguir dinero en Estados Unidos, con el fin
de enviarlo a su familia en cualquier país de Suramérica? Sin ir tan lejos, es
la misma situación de los enfermos por el trabajo que han sentido que el hombre
vale por lo que posee, personas que se enojan cuando llegan los festivos por
que no pueden disfrutar del sonido de la máquina registradora de billetes,
cuando debieran alegrarse de tener la oportunidad de estar con sus familias.
Las matanzas más
terribles y los actos más criminales en los Estados Unidos fueron realizados
generalmente, por personas que tuvieron padres ocupadísimos por el trabajo y
que les abandonaron a la guía de los juegos violentos o el televisor.
Recientemente el reconocido Pastor Benny Him nos sorprendió con una historia en
la que nos relataba como su esposa le había pedido el divorcio, tras hallarse
en una situación de crisis nerviosa, por el continuo abandono de su esposo,
ocupado en las exigencias de un ministerio demandante, en el que ya no tenía
tiempo para ella. A menudo observo estudiantes
cristianos con ciertos desequilibrios emocionales, que son efecto de la
ausencia de padres demasiado ocupados en
el ministerio o en los trabajos seculares; la enseñanza es clara: hay dos
espacios que el hombre no puede compartir con el trabajo, el espacio de la
adoración a Dios y el espacio de la familia.
Es cierto que el
trabajo dignifica y que es necesario salir a ganar el sustento, pero debemos
cuidar que no se transforme en un acto
de esclavitud que nos distancie de lo que nos es sagrado. En este sentido se ha
acuñado la palabra TRABAJOLICO (workaholic en inglés) que alude a la persona
enferma por el trabajo, algo que debemos cuidar para no perder el enfoque
correcto de hijos de Dios.